jueves, 17 de octubre de 2013

UNA HISTORIA DEL TERCER MUNDO



OTRA PARTE DEL MUNDO
Sobre los libros de Vijay Prashad.- Las naciones oscuras, Barcelona, Península, 2012, 509 páginas; y Las naciones pobres, Barcelona, Península, 2013, 493 páginas.
“Tercer mundo” no es un término peyorativo, una manera de nombrar la miseria y la corrupción, aunque éste sentido sea el que haya acabado por imponerse. “Tercermundista” se dice habitualmente, y por efecto de la ignorancia programada que distribuyen en periódicos, ensayos y declaraciones los periodistas, intelectuales y políticos reaccionarios, de aquellos hechos o situaciones que no se ajustan a los protocolos técnicos, burocráticos y legales de los países llamados “occidentales”. Es importante darse cuenta que el significado deformado del término tiene su origen entre quienes han construido la barbarie contemporánea, y que posee una implicación ideológica radical, al servir como instrumento de desvalorización (como sucede con otros términos como “República bananera”) de países y pueblos a los que, sin embargo, se trata de explotar. El desprecio con el que se dice el término ha llegado hasta el extremo de no advertir a los que así lo usan de lo despreciable que pueden ser sus propias quejas.

Al contrario que este significado muy tardío, “Tercer mundo” no fue un lugar, ni una manera de vivir. Desde las primeras páginas de Las naciones oscuras se define “Tercer mundo” como un proyecto: “Durante las batallas aparentemente interminables contra el colonialismo, los pueblos de África, Asia y América Latina soñaron con un mundo nuevo. Anhelaban dignidad por encima de cualquier cosa, pero también se propusieron que sus respectivas poblaciones vieran adecuadamente satisfechas las necesidades básicas de la vida (tierra, paz y libertad). Así que aglutinaron sus agravios y sus aspiraciones en organizaciones de varios tipos, desde donde sus dirigentes formularon posteriormente un programa de reivindicaciones” (p. 15). Ya Frantz Fanon escribía que “El Tercer Mundo está ahora frente a Europa como una masa colosal cuyo proyecto debe ser tratar de resolver los problemas a los cuales esa Europa no ha sabido aportar soluciones”. Problemas que, siguiendo las ideas de este libro, son en gran medida efectos de las políticas imperialistas de Europa y EE.UU., y que, tras los procesos de independencia, se transformaron en efectos de las políticas neocolonialistas, descritas en Las naciones pobres, el segundo tomo de este díptico histórico. Así, pues, “Tercer mundo” es el espacio político que fundaron diferentes países y pueblos que no se adscribieron al “Primer mundo” de los países capitalistas, ni al “Segundo mundo” de los países del llamado “socialismo real”.


El primer libro de Prashad sobre la historia del Tercer Mundo, Las naciones oscuras, se compone de dieciocho capítulos dedicados cada uno de ellos a una ciudad en la que se ha producido algún hecho relevante o constitutivo de este gran proyecto que, señala su autor, “ilusionó a millones de personas y engendró héroes” (p. 18). El fresco que compone su libro muestra la historia que no se ha contado, la historia de la otra parte del mundo. Pero no es la historia de la explotación del Tercer mundo, tal y como –por ejemplo- relata el demoledor libro de Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina, y toda una serie de trabajos que se han dado en llamar “estudios postcoloniales”; sino la historia de una construcción política común, del intento de definir el estatuto de un gran número de países y pueblos “no alineados” del mundo contra el estatuto impuesto por las políticas (económicas, ideológicas y bélicas) capitalistas, que los definía como pueblos “subdesarrollados”, sociedades “miserables” y culturas “inferiores”. Así, pues, el libro de Prashad no es el negativo del “Tercer mundo”, formado en la mentalidad colonial, sino su “positivo”: que se hacen fuertes cuando unen sus realidades pobres frente a los poderosos, por lo que Prashad cuenta las principales comisiones, organizaciones, conferencias, y congresos en los que se encontraron los dirigentes de esos pueblos y países; que tienen un destino cuando establecen conjuntamente un programa político que los emancipa y libera al nacionalizar los bienes comunes, al socializar los medios de producción y al desarrollar un proyecto de justicia e igualdad sociales, por lo que Prashad describe los temas en discusión, los principios, las discrepancias, las ideas por las que se lucha, los intereses en juego; que pueden describir horizontes posibles para las vidas de sus habitantes cuando defienden esas vidas con actos de fuerza que acaban con la violencia de los países imperialistas, por lo que Prashad narra los enfrentamientos armados que se dieron en los procesos de descolonización, las batallas desarrolladas en el seno de la ONU y otros organismos internacionales, las estrategias comerciales contra las instituciones mercantiles dominadas por el FMI, el Banco Mundial y la OMC.

Las naciones oscuras traduce históricamente lo que afirmó en 1962 el cubano Fidel Castro (uno de los dirigentes de este proyecto, junto al egipcio Nasser, al ghanés Nkrumah, al indio Nehru o al indonesio Sukarno, entre muchos otros) en su “Segunda declaración de La Habana”: “Esta epopeya que tenemos delante la van a escribir las masas hambrientas de indios, de campesinos sin tierra, de obreros explotados, la van a escribir las masas progresistas; los intelectuales honestos y brillantes que tanto abundan en nuestras sufridas tierras de América Latina; lucha de masas y de ideas; epopeya que llevarán adelante nuestros pueblos maltratados y despreciados por el imperialismo, nuestros pueblos desconocidos hasta hoy, que ya empiezan a quitarle el sueño. Nos consideraba rebaño impotente y sumiso; y ya se empieza a asustar de ese rebaño; rebaño gigante de doscientos millones de latinoamericanos en los que advierte ya a sus sepultureros el capital monopolista yanqui. (…) La hora de su reivindicación, la hora que ella misma se ha elegido, la viene señalando, con precisión, ahora, también de un extremo a otro del continente. Ahora, esta masa anónima, esta América de color, sombría, taciturna, que canta en todo el Continente con una misma tristeza y desengaño, ahora esta masa es la que empieza a entrar definitivamente en su propia historia, la empieza a escribir con su sangre, la empieza a sufrir y a morir. Porque ahora, por los campos y las montañas de América, por las faldas de sus sierras, por sus llanuras y sus selvas, entre la soledad o en el tráfico de las ciudades o en las costas de los grandes océanos y ríos, se empieza a estremecer este mundo lleno de razones, con los puños calientes de deseos de morir por lo suyo, de conquistar sus derechos casi quinientos años burlados por unos y por otros. Ahora sí, la historia tendrá que contar con los pobres de América, con los explotados y vilipendiados de América Latina, que han decidido empezar a escribir ellos mismos, para siempre, su historia. (…) Porque esta gran humanidad ha dicho: «¡Basta!» y ha echado a andar. Y su marcha de gigantes, ya no se detendrá hasta conquistar la verdadera independencia, por la que ya han muerto más de una vez inútilmente”. El final de este “Tercer mundo”, que se describe en Las naciones pobres, y que se explica profusamente por el uso, por parte de EE.UU. y Europa principalmente, de la economía como forma de guerra, no contradice el discurso de Castro pues Prashad encuentra en las contradicciones que se acentúan en los últimos años el síntoma de un cambio histórico: “Las contradicciones no se podían eliminar, pues surgieron nuevas formas políticas en los barrios, en las chabolas, las granjas y los suburbios, así como en unos nuevos gobiernos que mantenían una lealtad más estrecha con las personas desechables que con quienes vivían en , universo virtual de los ricos. Ha llegado el momento en que esas contradicciones han empezado a favorecer al bloque del pueblo” (p. 391).  

Las naciones pobres difiere del primer tomo precisamente en que dirige el foco de atención hacia las políticas económicas (tipos de cambio, nuevos patrones, acuerdos comerciales, etc.) puestas en marcha por las instituciones dominantes en el ámbito de un mercado capitalista dominado por unos cuantos países. Si Las naciones oscuras muestra la lucha de los países del Tercer mundo por frenar la intervención militar y la injerencia política de los países neocoloniales, éste otro libro describe los intentos de los países del Tercer mundo por oponerse a las operaciones financieras y al dominio de las multinacionales que trasladan las imposiciones políticas al plano de los recursos esenciales para la reproducción de las condiciones de vida de los habitantes de estos países empujándoles a la pobreza, a la dependencia y a la deuda. Prashad describe los procesos que convierten las medidas económicas y comerciales en otra guerra en la que se producen muertos y heridos (directamente, como las millares de personas que fallecieron en la explosión de una fábrica de la Unión Carbide en Bhopal, India, en 1984; o indirectamente, como fruto del hambre); y espacios devastados, recursos naturales expoliados, empobrecimiento agudo de las condiciones de vida (como el que se da con la masificación de los suburbios y las ciudades-miseria). La deslocalización empresarial que busca mano de obra barata, las políticas de deuda (pp. 147 y ss.) o las políticas de ajuste son instrumentos de dominación que amplían el poder del capitalismo. Impresiona, sin embargo, la atención que Prashad pone en detallar las decisiones y acuerdos, las luchas planteadas y los documentos elaborados, a lo largo de más de cincuenta años, desde la creación en 1928 de la Liga contra el Imperialismo fundada por los dirigentes anticolonialistas hasta su liquidación alrededor de 1975 con la creación del G-7, por los dirigentes e intelectuales de los países y pueblos del Tercer Mundo. En los sucesivos Foros Sociales Mundiales (iniciados en Porto Alegre, Brasil, en 2001) encuentra Prashad algunos rasgos del proyecto que se conformó alrededor de la idea de “Tercer Mundo”: “construir un consenso político, cultural y económico que sea una alternativa a la globalización militarizada y neoliberal y a la hegemonía de Estados Unidos y sus aliados” (p. 337).

Al relato histórico agudo y esclarecedor hecho en Las naciones oscuras, le sigue el relato histórico enrevesado y excesivamente denso de Las naciones pobres. La gran cantidad de datos simplemente expuestos y la fragmentación de muchos temas complican sin necesidad este último libro. En todo caso, estos dos volúmenes ya han hecho algo fundamental: que conozcamos una historia del Tercer mundo sin la que es imposible entender la historia contemporánea, y a la que aún le falta una historia del “Cuarto mundo”, el de los pueblos indígenas, que tal vez podría iniciarse con el libro del jefe indio George Manuel The Fourth World. An Indian Reality, y cuyo proyecto podría haberse comenzado a desarrollar en la conferencia de constitución del Consejo Mundial de Pueblos Indígenas celebrada en 1974. Los dos trabajos de Prashad prueban que no ha habido fin de la historia y que la investigación histórica tienen aún mucho por hacer. (CVH)


sábado, 21 de septiembre de 2013

BERTOLT BRECHT EN PERSPECTIVA



CINCO POSICIONES SOBRE BERTOLT BRECHT

No son suficientes los libros de y sobre Brecht que se publican en castellano, lo que quiere decir que seguimos teniendo un deficiente y muchas veces problemático conocimiento de su obra y de su vida. Falta una edición de sus ensayos sobre teatro, estética y política, toda vez que las antologías ya publicadas, los Escritos políticos (Caracas, 1970), El compromiso en la literatura y en el arte (Barcelona, 1984, 2ª edición), y los tres volúmenes de sus Escritos sobre teatro (Nueva Visión), así como sus Diarios de trabajo (Buenos Aires, 1977) y otras selecciones, están todos ellos agotados. El único libro accesible, la edición de Escritos sobre teatro de la editorial Alba Editorial (2004), no es, sin embargo, como pasaba igualmente con casi todos los títulos señalados, una edición crítica, y organiza el material compendiado en temas sin importar las fechas de escritura, ni los procesos intelectuales en los que los ensayos se concibieron (o sea, una mínima coherencia analítica tratándose de una obra que nunca se ajustó al modelo de trabajo cerrado), y reproduciendo los errores de traducción (como el famoso “distanciamiento”) que tantos equívocos han traído. Algo así sucede con la mayor parte de las escasas biografías, basadas en general en una deficiente documentación o en lugares comunes. Tampoco sirvieron de mucho las celebraciones de su centenario hechas en España, salvo para publicar el trabajo de Heiner Müller sobre Fatzer y hablar de Brecht mientras el protagonista, el dramaturgo, narrador y poeta alemán, no era más que un convidado de piedra.   
Con todo, en las últimas décadas se han publicado, paradójicamente, algunos de los más interesantes estudios sobre Brecht, bien sea por la operación crítica que realizan como por la capacidad analítica que muestran. Pueden concretarse en estas cinco posiciones.

Posición 1: colocar a Brecht en el campo intelectual, en la academia. Esto es lo que hace el libro de Juan Antonio Hormigón [textos, la mayoría, de los años setenta y ochenta].- El legado de Brecht, Madrid, Asociación de Directores de Escena de España, 2012, 313 páginas. Se trata de una compilación de artículos con los que se intenta componer una introducción rigurosa y lo más completa posible de Brecht. Siguiendo la forma de exposición normativa “fuentes, ideas, contextos”, el libro compila trabajos sobre su labor como director de escena, repasa algunos de los conceptos fundamentales tratados a partir de una fundamentación crítica (como el de “Verfremdung” o el de “Productividad”), realiza distinciones precisas y relevantes como la que existe entre “estilo” y “método”, expone la práctica interpretativa (a través de la figura de Helene Weigel), la función de la música (mediante la exposición del trabajo de Kurt Weill), entre otros asuntos, y concluye con algunas respuestas sobre las consecuencias de la pobre y difusa recepción en España de la obra de Brecht. En este sentido, funciona como cortocircuito de todos esos lugares comunes “fruto la mayor parte de la desinformación, de la ignorancia, el gusto personal o intereses específicos deseosos de que sus concepciones se devalúen” (p. 175).
El procedimiento que Hormigón sigue para colocar a Brecht en el campo intelectual es, en primer lugar, ir a las fuentes primarias (son numerosas las citas, sumamente ricas, que se hacen del propio Brecht o de sus colaboradores). Éstas no son un medio de justificación (Hormigón no trata de sostener una “idea particular” sobre Brecht) sino de fundamentación, dado que funcionan como llamadas de atención al lector, como inflexiones didácticas que acentúan el acceso productivo a la obra de Brecht. En segundo lugar, disponer el conjunto de enunciados y asuntos que supone la obra de Brecht en un desarrollo coherente que sirve para facilitar la comprensión de una obra tremendamente problemática y compleja en cuanto se trata de pensarla en toda su significación y eficacia práctica. Finalmente, en tercer lugar, no interrumpir la descripción con operaciones críticas propias (y cuando se hace, aparecen porque constituyen las preguntas para una interesante entrevista a Guy de Chambure sobre la práctica teatral de Brecht, o en el presentación de sus propias puestas en escena de textos de Brecht que componen la tercera parte del volumen.
El libro de Hormigón sirve también como lugar de referencias que reorienta al lector sobre dónde puede encontrar una información precisa y sólida acerca de Brecht y su obra. Esta posición supone convertir El legado de Brecht en límite pues mientras realiza la labor académica de acotar y definir, deja escapar la opción de interpretar. El “relato” que Hormigón hace de Brecht está soportado en el principio de continuidad y no de disposición conflictiva, lo que le lleva a tratar de encontrar un Brecht para nuestro tiempo solamente comparando su época, que su obra analiza, con la nuestra. Pero éste ya no es el mismo capitalismo que el de entonces. 

Posición 2: entender la obra de Brecht como un mecanismo de producción crítica. Así funciona el libro de Georges Didi-Huberman.- Cuando las imágenes toman posición, Madrid, Antonio Machado Libros, 2008, 323 páginas, que se inicia con una tesis rotunda: “Para saber hay que tomar posición”. Este fundamental ensayo se coloca más allá de los lugares comunes sobre Brecht y opta por intentar comprender cómo funciona lo que en otro lugar hemos llamado la “fábrica Brecht”, siguiendo el rastro de los materiales (artículos de prensa, fotografías, mapas, etc.), desde que entran en la maquinaria dialéctica que pone en marcha el discurso brechtiano hasta que salen convertidos en ideas y representaciones sociales. Para desarrollar este análisis, Didi-Huberman deja de lado (al mismo tiempo que pone en evidencia) el analfabetismo secundario (tal y como lo definió Enzensberger) con el que muchos críticos y escritores se han acercado a este pensamiento materialista del dramaturgo alemán, y rechaza el uso típico de la más tradicional historiografía del arte que superpone al análisis del trabajo de un artista el ambiente de una época y las relaciones con otros artistas. Por contra dispone capítulos y epígrafes específicos para indagar en el trabajo de Brecht y exponerlo en una coyuntura precisa en tanto que Brecht “consiguió hacer de su posición de exilio un trabajo de escritura y de pensamiento, una heurística de la situación por la que atravesaba, la situación de guerra e incertidumbre en cuanto al porvenir” (p. 14). El resultado es un libro dominado por la pasión por pensar que su autor encuentra en Brecht y transmite al lector: “lejos de replegarse en la elegía, lejos de sacrificar a cualquier nostalgia, el escritor multiplica las elecciones formales y los puntos de vista, sin dejar de convocar toda la memoria lírica –de Dante a Shakespeare, Kleist o Schiller-, sin dejar de experimentar nuevos ” (p. 15).
Para llevar a cabo todo ello, Didi-Huberman se concentra en el Diario de trabajo y en el ABC de la guerra. Con el primero, Brecht confronta “las historias de un sujeto (historias con minúsculas, después de todo) con la historia del mundo entero (la historia con H mayúscula). En sus páginas se plantea el problema de la historicidad, de la intimidad y de la actualidad. Con el segundo nos enseña la forma épica en su manera fotoepigramática puesto que, como escribió Brecht, la cuestión es “tratar los elementos de lo real en el sentido de un arreglo experimental [por el cual] el teatro épico no reproduce estados de cosas [sino que] los descubre. Su descubrimiento se hace por interrupción de los desarrollos” (pp. 71-72). Didi-Huberman señala, con gran acierto, una de las claves del trabajo de Brecht (el Verfremdungseffeckt) que se materializa en el Diario de trabajo y en el ABC de la guerra: “mostrar que se muestra no es mentir sobre el estatus epistémico de la representación: es hacer de la imagen una cuestión de conocimiento y no de ilusión” (p. 77). Para desembocar en que “distanciar es demostrar mostrando las relaciones de cosas mostradas juntas y añadidas según sus diferencias” (p. 81).
Cuando las imágenes toman posición nos enseña muchas cosas más: por ejemplo, que gran parte del trabajo que Brecht realizó durante su exilio traspasa los límites establecidos por la tradicional teoría de los géneros, en tanto que la materia fundamental de toda obra (sea teatral, fotográfica, pictórica, etc.) no está, como se expone habitualmente, en el lugar que la obra ocupa en una compleja red de relaciones formales con otras obras, sino en el modo de producirse las ideas, en la manera en que las representaciones operan con la realidad. Didi-Huberman destaca también el carácter pedagógico del trabajo de Brecht como la disposición para “aprender a ver todas las cosas bajo la perspectiva del conflicto, de la transformación, de la separación, de la alteración” (p. 234) o como “el arte de transformar y multiplicar sus propios medios para saber algo del mundo y actuar sobre él” (p. 234). Nada que ver, desde luego, con las banales y malintencionadas afirmaciones al uso que convierten en sinónimas las palabras pedagogía y adoctrinamiento.
La concreción y profundidad con que se analiza en este libro el trabajo de Brecht no le impide a Didi-Huberman sacar partido para rastrear la conflictiva construcción social que ha tenido el ver a lo largo del siglo XX, todo lo cual le lleva a poner en relación la “fábrica Brecht” con el trabajo y la reflexión de otros autores, como Walter Benjamin, John Heartfield o Adorno, no con la intención de encontrar influencias sino para comprender que la complejidad de una tesis, o la expresión de una idea, no son nunca el fruto de un solo autor. La lectura de este libro de Didi-Huberman saca a Brecht de la tumba de la historia en la que algunos le habían tirado precipitadamente para devolvernos un Brecht con el que producir un conocimiento de nuestro mundo que es, aún más que nunca, imprescindible.

Posición 3: reconocer la materialidad de la obra de Brecht. Es lo que consigue el libro de José Antonio Sánchez.- Brecht y el expresionismo, Cuenca, Universidad de Castilla-La Mancha, 1992, 205 páginas, al pensar la obra del dramaturgo alemán como discurso constructivo en conflicto con los diferentes marcos de la experiencia histórica en el interior de los cuales se desarrolla. Materialidad significa aquí que cada concepto de Brecht, cada línea de investigación (lo épico, lo no-aristotélico, lo dialéctico), cada modelo de realización escénica, está demarcado por rasgos que proceden de la contradicción y la imposibilidad de cierre de la sociedad. Es por eso que Sánchez escribe asediando el tránsito, la transformación, de una obra que tiene su origen  en la radicalidad expresionista, en la tensión máxima de la forma destructiva de las vanguardias (partes 1 y 2), hasta una obra que re-inventa el teatro, lo refuncionaliza y le dota de una nueva articulación del material y de los dispositivos dramatúrgicos (parte 3). Esta “reconstrucción”, palabra que aparece en el subtítulo del libro, supone descomponer analíticamente, críticamente, e interpretar cada una de las ideas y operaciones estéticas que hace Brecht a lo largo de poco más de una década. Reconocer la materialidad de estas operaciones que en sí mismas son ya una investigación supone entender que el discurso de Brecht obtiene su posibilidad del choque con los marcos establecidos por lo que “su misión debía consistir en disgregar la coherencia del lenguaje, en romper las imágenes, en mostrar la falsedad y la ambigüedad de las palabras y de los gestos, en hacer patentes las contradicciones existentes en la apariencia y en proponer la contradicción como estímulo a lo revolucionario” (p. 13). Con ello Sánchez reconoce que todo dispositivo discursivo, tenía un doble objetivo: en el interior de las categorías estéticas (anti-ilusionismo, no-aristotelismo, etc.) y en el interior de las categorías sociales. Así, al esbozar este doble objetivo con el concepto “Verfremdung” señala que “a nivel estético, tenía como objetivo la liberación de la contradicción en el interior de la obra de arte”, con la consiguiente búsqueda de un nuevo realismo, de otra manera de producir el realismo; y que “a nivel social tenía el objetivo de permitir al espectador referir la contradicción de la forma a la contradicción existente en lo real” (p. 13). El esfuerzo analítico que desarrolla este ensayo da como resultado una rica y excelente explicación de lo que significa en todas sus implicaciones las propuestas teatrales de Brecht, hasta el extremo de resolver algunos de los problemas fundamentales que había arruinado varios de sus proyectos escénicos, como La medida, al solapar la mayor parte de la crítica y del público la hermenéutica naturalista con su hermenéutica materialista. El trabajo de Sánchez, además de alimentar el entusiasmo del lector, que empieza a vislumbrar la radical diferencia entre Brecht y otras propuestas escénicas y dramáticas, y a descubrir todo lo que significa la intervención de Brecht en la escena contemporánea, establece con claridad el principio que rige la indagación brechtiana: el principio de productividad del materialismo histórico que está conformado por la dialéctica. En lugar de un “contexto”, los capítulos de este libro ofrecen un panorama de las derivaciones, abandonos, transgresiones y disoluciones que muestra la trayectoria de la obra de Brecht entre su etapa expresionista y su etapa marxista, confrontada con el movimiento permanente y múltiple de la modernidad. La obra de Brecht es sumergida en el medio cultural de su época no para establecer deudas e influencias, anticipaciones y reproducciones, sino para comprenderla en todas sus dimensiones. Cada trozo, cada fragmento, de esa eclosión de la vida y de las artes que fue su época es observado con minuciosidad por el autor de este ensayo hasta encontrarlo en su forma nueva y transformada en la obra de Brecht.

Posición 4: dotar a Brecht de una práctica filosófica. Es la intención del libro de Fredric Jameson [1998].- Brecht y el método, Buenos Aires, Manantial, 2013, 269 páginas, y, sin embargo, este ensayo no trata de establecer un “sistema filosófico” para Brecht porque tal sistema no existe (p. 257), y tampoco considera que la obra de Brecht fuese una simple traducción de la filosofía de Hegel, por ejemplo, a la escritura teatral, pues el “método” que parece hacer funcionar su obra “es rigurosamente no formalista” (p. 48) y “devuelve a los actos la situación narrativa inmanente o virtual implícita en ellos” (p. 46) mostrando que la organización de la acción y los acontecimientos está sustentada por todo un “episteme cultural y colectivo”, social y objetivo, “más allá de su misma subjetividad e incluso a través de ellas”. Para Jameson, entonces, la obra de Brecht no propondría una forma de mirar el mundo sino un procedimiento para desarticularlo desde los mismos lugares en que se sustenta. Así, el método, no es una normativa de producción sino el conjunto de procedimientos capaces de desmontar el mundo. Utilizando básicamente el Me-ti o libro de los cambios de Brecht, este ensayo establece la lógica de funcionamiento de la “filosofía” brechtiana (Parte I): el aprendizaje a partir de efectos de extrañamiento, del cambio de persona de la enunciación de los hechos (de la primera y segunda persona a la tercera), y de la multiplicación de las contradicciones; para –después- estudiar la forma expresiva de la misma (Parte 2): el gestus, la parábola, el casus y la alegoría; y concluir (Parte 3) con la descripción de los diferentes registros narrativos. No se trata de exponer lo que es cada uno de estos elementos en la obra de Brecht sino de colocarlos en el lugar de la pregunta filosófica que producen sobre las cosas y sobre el mundo. Y, sin embargo, Jameson escribe en muchos momentos con un Brecht tomado como excusa, tratando de utilizarlo como arma contra la posmodernidad (“reposicionar a Brecht en las tendencias del modernismo poético, entonces, es capturar la originalidad estratégica de su obra” [p. 199], lo que hace que en numerosas ocasiones la obra del dramaturgo alemán se diluya en la forma de los razonamientos del crítico norteamericano. La mayor virtud de este libro, después de las enseñanzas de Barthes y Althusser sobre Brecht, es su exploración, aunque breve (capítulo 16), de “la representabilidad del capitalismo”, asunto que Jameson considera capital en la obra de Brecht. Finalmente, su contribución es más un ensayo de Jameson que un ensayo sobre Brecht, y su conocimiento ocasional de la obra del autor de Santa Juana de los mataderos hace que no pueda comprender sus escritos a la luz del inconsciente político que, paradójicamente, resultó tan iluminador para la crítica de los textos literarios y los acontecimientos culturales.

Posición 5: pensar a Brecht como una subjetividad histórica. Es lo que establece el ensayo inicial del libro de Juan Carlos Rodríguez (ed.).- Brecht, siglo XX, Granada, Comares, 447 páginas Mientras recorre los datos más relevantes de la vida de Brecht y sintetiza los elementos fundamentales de su piezas teatrales y de sus poemas va inscribiendo cada movimiento retórico, cada argumento, cada uno de los diferentes personajes, en la espesa trama del inconsciente ideológico que el propio Rodríguez definió en otros libros teóricos. Su idea de radical historicidad de la literatura es la que sirve a su propósito de colocar las tensiones que definen las obras de Brecht en el interior de los desarrollos de la matriz ideológica en la que se generan los discursos literarios. Incluso lo hace con el famoso asunto de la “diversión”, con que se abre el texto de Brecht “Pequeño organon para el teatro”, y que aquí se coloca en su dimensión cierta. Se trata de “atreverse a divertirnos a través de la inteligencia crítica” que tenía que pasar “obligatoriamente a través del placer del cuerpo (…) puesto que el placer, la diversión de Brecht, radica precisamente ahí: hacer un mundo habitable y transformable” (p. 19). Así pues, Rodríguez hace con Brecht lo que Brecht hizo con las cosas: mostrar sus determinaciones históricas, enseñarnos la lógica productiva que las genera: desde los sujetos (desde el sujeto Brecht) hasta las instituciones sociales (hasta la institución de su literatura). En las páginas que dedica a Galileo o a Madre Coraje el crítico muestra como Brecht escribe el proceso de individuación social, de “la individualidad en tanto que efectos históricos”. Al hacerlo, se disponen las condiciones del cambio, de la transformación. Ése es el poder de la literatura que Rodríguez encuentra en Brecht. Por las páginas de este ensayo, que sigue cronológicamente la vida de Brecht, vemos emerger el entramado de redes textuales que están funcionando en cada uno de los motivos que construyen su obra. En los capítulos 3 y 4 Rodríguez sitúa a Brecht en la encrucijada del marxismo y muestra parte de su edificio teórico como una formidable maquinaria de reconstruir las cosas, de volver a nombrarlas, operación que se hace delante del público, sin magias ni ilusionismos.
Además de los problemas “técnicos” (nos falta aún una edición de sus escritos sobre teatro, literatura, arte y política), estas cinco posiciones nos enseñan que el mejor camino para llegar a Brecht no es imitarlo sino hacerlo productivo. (CVH).

miércoles, 11 de septiembre de 2013

VOLOSHINOV, MEDVEDEV Y BAJTÍN



VOLVER A LA HISTORIA
Sobre el libro de Jean-Paul Bronckart y Christian Bota [2011].- Bajtín desenmascarado, Madrid, Antonio Machado Libros, 2013, 491 páginas.

En una de las escenas del Marat-Sade de Weiss, el revolucionario francés dice: “Y lo que oyes una, y otra, y otra vez es lo que crees”, y por eso, sigue diciendo, las gentes se contentaban con la imagen de aquel hombre martirizado y crucificado, y los poderosos la utilizaban para mantenerlos en su ignorancia, evitando así que “se levantaran contra sus señores que los gobernaban en nombre de un mandato divino”. Es una impecable descripción del funcionamiento primero de la ideología, de su grado cero. La imagen actúa como mediación, como fetiche, y oculta la realidad. Naturalmente Weiss se refiere aquí a la religión y al uso de Cristo como forma de dominación, pero el mecanismo no difiere del empleado, según describen los autores de este libro, del usado para colocar a Mijail Bajtín como icono de pensamiento crítico, ocultando la realidad. El subtítulo del libro lo plantea abiertamente: “historia de un mentiroso, una estafa y un delirio colectivo”. Mentiroso, porque Bajtín engañó al declarar que varias obras de otros autores (Voloshinov y Medvedev), las obras conocidas como “los textos disputados”, eran suyas (básicamente El marxismo y la filosofía del lenguaje, Freudismo y El método formal en los estudios literarios). De la misma manera que mintió al inventar datos biográficos, grados académicos y al tergiversar sus posiciones políticas, presentándose como una absoluta víctima de los sucesivos gobiernos soviéticos, etc. Estafa, porque los autores de este libro demuestran que “el irresistible ascenso de Bajtín” está fundado en un fraude perpetrado por distintos críticos en diferentes momentos, que analizan en el capítulo 3 del libro: Ivanov (en 1973/1975), Todorov (en 1981) y Clark y Holquist (en 1984), y consistente en convertir a Bajtín en un gran filósofo a pesar de que su obra propia no se sostiene; inventando la condición de “discípulos” para Voloshinov y Medvedev, a pesar de que fueron ellos los verdaderos filósofos, y creando de la nada un inexistente “Círculo Bajtín” que pudiera dar consistencia al personaje diseñado, a pesar de que históricamente sólo hubo un círculo en el que Bajtín estuviera: el de Medvedev. Delirio colectivo, porque esta ideación -sin historia que pudiera respaldarla- de una obra, este inventado intelectual –que se apropia del trabajo intelectual ajeno-, se transfiere a todo un conjunto de seguidores, investigadores y críticos de todo el mundo, que copian las tesis de los estafadores creyéndolas ciertas (aunque los autores de este libro atacan también su falta de actitud crítica ante lo que eran contradicciones evidentes) y desarrollan todo una serie de trabajos en la línea de un maestro que, en realidad, no tenía línea.
Para realizar todo este trabajo, Bronckart y Bota realizan, en primer lugar, una reconstrucción histórica (no ficticia) de la biografía de Bajtín (Capítulo 1). Su método es sencillo: cruzando todos los datos que arrojan las fuentes documentales de la vida de Bajtín comienzan a señalar errores, tergiversaciones, engaños, medias verdades, reinterpretaciones, etc. El resultado de realizar una labor verdaderamente crítica es que Bajtín se queda prácticamente sin obra, y –además- la que aparece ya en los sesenta (una vez iniciada la estafa) es radicalmente distinta, en buena medida reaccionaria y sin capacidad crítica. Después (Capítulo 2), los autores del libro describen la situación de los llamados “textos disputados” antes de 1970, fecha de la conferencia de Ivanov en la que se “descubre” la supuesta “verdadera” obra del maestro. En síntesis, dicen, “nadie puso jamás en duda, públicamente ni formalmente, la completa autoría de Voloshinov y de Medvedev sobre los textos que habían firmado” y  enumeran tres aspectos que invalidan la posibilidad de que Bajtín fuese el autor de los mismos: “la ausencia de testimonio alguno fiable, la imposibilidad de realizarlos en tres años debido a las condiciones materiales en que trabajó Bajtín, y las “diferentes evidencias de estilo y contenido entre los textos firmados por unos y por otro”, que constituye la segunda parte del libro, más de doscientas páginas: un análisis comparativo de las obras de Bajtín, Voloshinov y Medvedev. La minuciosa lectura de las obras, la investigación sobre las genealogías críticas de cada una, el rigor de la interpretación de las ideas que se exponen en ellas, conforman un impresionante ejemplo de trabajo intelectual serio que deja en evidencia el seguidismo acrítico de académicos y bajtinianos, a pesar de que todos pasan por el terreno empantanado y complejo de las contradicciones históricas y textuales (también, por cierto, evidenciado en el Capítulo 6 significativamente titulado “ y sus curiosos efectos en el bajtinismo”). En el Capítulo 4 describen lo que denominan “el prodigioso desarrollo de la Bakhtin Industry y sus querellas político-literarias”, entre las que se cuentan la aportación de los nuevos estudios, la investigación sobre las relaciones entre los miembros del inventado Círculo y el análisis de la epistemología bajtiniana. Todo ello, sin embargo, empieza a manifestar reservas respecto a la versión dada desde 1970, y comienza a cuestionarse la firmeza de los argumentos aportados sobre la obra de Bajtín por Ivanov Clark y Holquist.
Bajtín desenmascarado no es, contra lo que pueda parecer por el tono de los epígrafes, las expresiones que aparecen en muchas secciones y hasta el mismo título, un libro desquiciado. Más bien es todo lo contrario: un libro rigurosamente compuesto, que propone con un razonamiento impecable, claro y profusamente documentación, una vuelta a la historia, estableciendo un marco contextual no sólo a partir de los datos contrastados sino de las lógicas discursivas que funcionan en toda construcción histórica; estableciendo por medio de la emergencia de las contradicciones (incluso entre textos de bajtinianos) y del contraste de las ideas y sus horizontes ideológicos un relato verídico de lo que significó realmente la obra de Bajtín, de Voloshinov y de Medvedev.
Pero este libro hace algo más: la dureza de sus exposiciones (marcadas unas veces con una cruda ironía y otras con una fuerza crítica a la que no estamos ya acostumbrados) convierte a este libro no sólo en un excelente estudio e investigación sobre Bajtín, Voloshinov y Medvdev, ni tampoco en una denuncia por el grado de corrupción intelectual que se extiende por la academia; sino en una reclamación para que se devuelva a la historia del pensamiento la contribución de dos intelectuales marxistas, despreciados, desvalorizados, difamados y marginados, Valentín Voloshinov y Pavel Medvedev (a ellos se dedican los Capítulos 8 y 9) cuyas investigaciones sobre el signo ideológico, el enunciado, el discurso ajeno, la especificidad de las ideologías, los límites del método formal, el freudismo, el discurso de la vida, etc. han sido aportaciones fundamentales para un crítica materialista de la literatura. En este sentido, la fuerza que anima todo el libro procede de la convicción de estar haciendo historia, de estar restituyendo en su genealogía social una producción intelectual que se ha tratado de desplazar de su eje marxista para su apropiación liberal. Contra la política cultural de los grandes centros artísticos europeos y las fundaciones y obras sociales de los bancos y entidades financieras, que se basa en el saqueo y la manipulación de la cultura soviética, de la producción intelectual comunista, el trabajo de Bronckart y Bota se sostiene sobre lo demostrado y se ajusta a lo demostrable. Allí donde estas características de un racionalismo bien temperado no funcionen (como en el discurso post-científico de la posmodernidad, por ejemplo) Bajtín desenmascarado sólo será un libro contra Bajtín. En cambio, allí en donde se respete la labor documental y la tarea compleja de cruzar fuentes, confrontar textos, derivar hipótesis y confirmar tesis, este libro confirmará las conclusiones con las que se cierra: “Al término de nuestro trabajo, nos parece tan legítimo como indispensable afirmar que este asunto de los textos disputados queda definitivamente cerrado.
Este asunto solo existió porque Bajtín, contando con el apoyo de sus promotores moscovitas, se puso a declarar, a lo largo de los años sesenta, que él era el autor efectivo de la principal obra de Medvédev, así como de prácticamente la totalidad de los textos de Volóshinov, obras excepcionales que habían sido publicadas en la segunda mitad de los años veinte.
Como ha quedado demostrado en las investigaciones que hemos reunido, en esa misma época Medvédev y Volóshinov eran unos investigadores y profesores universitarios reconocidos que llevaban a cabo estudios relacionados con las ciencias del lenguaje y de la literatura en el marco del ILIaZV de Leningrado, estudios publicados y posteriormente reivindicados por Bajtín, a pesar de existir pruebas de archivo que evidencian su autoría. Con estos dos investigadores aún en vida, y a pesar de la gradual deriva inquisitorial de su entorno, nadie cuestionó nunca su calidad de autores de los textos que firmaron. Y su autoría tampoco fue jamás puesta en duda por los diversos analistas de sus obras hasta que, a comienzos de los años setenta, se presentó y difundió, en un artículo de Ivanov, la tesis de la omnipaternidad bajtiniana.
En esos mismos años veinte, Bajtín era ante todo, por su lado, un militante religioso y eslavófilo, que ciertamente conocía a Volóshinov desde la época de Nevel y a Medvédev desde la época de Vitebsk, pero por razones estrictamente privadas y porque ambos lo apoyaban económicamente, especialmente confiando a su esposa labores de copista (de sus propios escritos). Bajtín escribió en aquella época un conjunto de textos inspirados en su ideología religiosa, entre ellos “Hacia una filosofía del acto ético”, “El autor y el héroe” y “El problema del contenido”; pero no obstante, no publicó ninguno de esos textos, salvo las pocas líneas de “Arte y responsabilidad” (1919). En 1929, sin embargo, justo cuando estaba siendo investigado por sus actividades religiosas, siendo amenazado con un exilio que podía resultarle fatal, aparecieron en su nombre Problemas de la obra de Dostoyevski, así como dos prefacios para una antología dedicada a Tolstoy, textos que atestiguan un cambio de orientación tan súbito como radical, pues se inscriben esencialmente en la misma línea de los escritos de Volóshinov y de Medvédev o, en términos más generales, del programa investigador del ILIaZV. Puesto que la publicación de la edición princeps de Dostoyevski contribuyó al alivio de su sentencia y que Medvédev se las arregló para conseguirle trabajo como profesor, Bajtín logró finalmente acceder a un puesto universitario (a pesar de no contar con ninguno de los títulos requeridos), convirtiéndose, entre 1946 y 1960, en director del Departamento de literatura general de la Universidad de Mordovia. A lo largo de todo este amplio periodo académico nunca se le ocurrió, sin embargo, reivindicar la autoría de los textos de Volóshinov y de Medvédev, a pesar de que estos ya llevaban muchos años muertos.
Esta reivindicación no fue formulada por Bajtín hasta entrados los años sesenta y en declaraciones orales, haciéndose oficial por escrito en el artículo de Ivanov (1973/1975) anteriormente mencionado.
Pero Bajtín, entre su carta de 1961 a Kózhinov y sus entrevistas de los años setenta con el mismo, con Bocharov y con Duvakin, presentó en total hasta una decena de versiones diferentes, a menudo contradictorias entre sí, relativas a la cantidad de textos firmados por sus «amigos» de los que él era supuestamente el verdadero autor, y relativas también a las condiciones y motivos de tales sustituciones de nombres. Incluso declaró (a Duvakin) que en realidad él no era el autor de El marxismo y la filosofía del lenguaje. Por otro lado, pareció mostrar ciertas vacilaciones durante los procedimientos de oficialización de su condición de autor de los textos disputados.
Pero, a pesar de las arrogantes e insistentes declaraciones de los promotores de Bajtín, nunca han logrado presentar ninguna prueba válida de las operaciones de sustitución.
Los supuestos «análisis textuales» planteados por esos mismos promotores, que pretenden demostrar que, al haber sido redactados por el antimarxista Bajtín, dichos textos disputados no serían pues de orientación marxista, se han revelado zafiamente falaces.
Todo esto viene a demostrar claramente, en definitivas cuentas, que Bajtín mintió sobre esta cuestión, como sobre muchas otras.
La tesis de la omnipaternidad bajtiniana constituye pues en realidad una fábula a la que un niño de diez años no hubiera concedido ningún crédito, y se inscribe, a todas luces, en el marco de una estafa, tanto del orden intelectual (ya retomaremos este punto) como también, y tal vez sobre todo, económico, en la medida en que, en sus versiones rusas, pero también en la inmensa mayoría de sus traducciones, las obras de Volóshinov y de Medvédev siguen siendo publicadas con el nombre de Bajtín... y, por tanto, en beneficio de los legatarios universales de este último”.
Bajtín desenmascarado es una obra que entusiasma por la perspicacia de sus tesis como por la manera emocionada como está organizado el contenido del libro. [CVH]