viernes, 4 de enero de 2019

LLAMAMIENTO CONTRA LA BARBARIE BÉLICA


EL VERDADERO ROSTRO DE LA GUERRA
Ernst Friedrich.- ¡Guerra a la Guerra!, Barcelona, Sans Soleil ediciones, 2018, 298 páginas.
La novela inglesa de 1854, Tiempos difíciles, comienza con una escena en el colegio de una localidad industrial en la que los poderosos de la ciudad aplican su principio de formar a los niños y a las niñas únicamente en los hechos dado que “solo se puede formar la mente de unos animales raciocinantes [sic] a partir de los hechos”. Ceñirse a los hechos, reclamaban esos personajes de Charles Dickens, impulsados por el utilitarismo científico al que, años después,  seguiría la razón instrumental. Y, sin embargo, hace años que nuestras sociedades viven bajo el régimen de los simulacros, o dicho de manera simple, de las representaciones que aparentan ser realidad aunque nada tengan que ver con la misma. Imágenes tomadas en un lugar que se hacen pasar como si se hubieran realizado en otro; fotografías que dan cuenta de un suceso ocurrido que, sin embargo, tuvo lugar en otra época y con otros protagonistas; ilustraciones que pretenden demostrar algo que sencillamente no ha pasado; etc. Es una práctica común en los medios de comunicación y en las redes sociales. Una vez que la epistemología ha sido desvirtuada y reducida a algoritmos, el camino hacia la realidad (más complejo que la divisa de la fenomenología husserliana “a las cosas”) se ha hecho sumamente oscuro y enrevesado.
Aunque siempre existió la manipulación tergiversadora de las imágenes, hace casi ya un siglo, y gracias a la capacidad de reproducir técnica y masivamente una fotografía –asunto sobre lo que escribió Walter Benjamin-, algunos vieron en la fotografía un medio de denuncia, con una gran potencialidad crítica y una capacidad de influencia masiva. Las obras visuales habían saltado a los periódicos para ilustrar las noticias, pero algunos vieron en ellas la posibilidad de mostrar una realidad oculta y probar su veracidad. Así, pues, se trataba de que los hechos fueran conocidos en todas sus dimensiones, no solamente en su carácter experimental y positivo (de aprehensión por parte de cualquiera) sino también liberados de su enmascaramiento simbólico, una especie de procedimiento de desalienación de las ideologías.
Es lo que hizo el pacifista alemán Ernst Friedrich (1894-1967) con este ¡Guerra a la guerra!, publicado en 1924, diez años después de iniciada la primera guerra mundial que constituyó la debacle de los valores humanistas que proclamaba la sociedad occidental. Procedente de una familia obrera de Breslau, realizó estudios de impresión, trabajó en fábricas y en el teatro. Se había afiliado en 1911 al SPD (Partido Socialdemócrata Alemán) pero con el inicio de la contienda bélica se apartó del partido y participó en las manifestaciones, huelgas y protestas contra la guerra que se produjeron en toda Alemania. Convertido en objetor de conciencia, se integró en varios grupos y organizaciones revolucionarias. En 1925 abrió en Berlín un museo Anti-guerra que, tras sufrir diversos cierres, persecuciones y atentados, fue de nuevo inaugurado en Bélgica durante su exilio, en 1936*. Había escrito un libro sobre El jardín de infancia proletario, en 1921, compuesto por “imágenes, poemas, historias y cuentos de la cigüeña, del querido Dios, de los sacerdotes, de los demonios, de los fantasmas, de los soldados, de los reyes y otras tonterías”, en el que había participado la artista Käthe Kollwitz.
Más allá del carácter documental que tiene esta compilación de alrededor de cien fotografías realizadas en los campos de batalla de Europa, Friedrich consideró el libro como un modo de “dibujar adecuadamente esta carnicería humana” con el que debía quedar registrado “el verdadero rostro de la Guerra, de forma objetiva y fiel a la naturaleza” (p. 53). Para ello, y a pesar de que consideraba insuficientes “todas las palabras, de todas las personas, de todos los países de la tierra” para realizar este retrato terrible, compuso el libro utilizando varios procedimientos narrativos en los que la palabra funciona precisamente como dimensión crítica de la imagen. Así, por ejemplo, coloca en dos páginas dos fotografías contrapuestas: en una vemos a un militar y un comentario “Papá, como un en territorio enemigo (imagen para el álbum familiar)” y en la otra un miembro de la cruz roja recogiendo los restos destrozados de un cuerpo y otro comentario “Cómo fue encontrado Papá dos días después (imagen no publicada en el álbum familiar)” (pp. 102-103). Este procedimiento crítico, sin embargo, superaba la delimitación de los hechos. Del mismo modo se compuso el libro de fotoepigramas El ABC de la guerra que realizaron Bertolt Brecht y Ruth Berlau en 1949, libro que acabó publicándose cinco años después**. Pero, ¿qué es lo crítico aquí, más allá del dolor y el horror por la muerte, más acá del espanto que producen estas imágenes? Precisamente lo que Friedrich define como una lucha “por arrancar esa máscara de los , esa mentira de la y todas las demás frases hermosas, todo lo que enmascaraba esta estafa internacional” (p. 54). Todo el libro está hecho para aplicar a la Guerra su propia lógica destructiva, convirtiendo en escombros, en trozos sin vida, las razones y justificaciones de la Guerra, los elogios y proclamas belicistas en nombre de la patria, el honor, la historia. Para ello, Friedrich sitúa el origen de la guerra en los himnos escolares de combate, en los juguetes bélicos infantiles y en la fascinación por los adornos militares. Luego cuenta con imágenes la realidad del conflicto, del que desaparecen los ideales y las bellezas expresivas. El procedimiento trata de quebrar la conciencia saturada por el recubrimiento simbólico haciendo que choquen los elogios de la guerra, los versos a favor de su esplendor que coloca como citas a algunas fotografías, con la descarnada realidad del conflicto que estas representas. Herir la sensibilidad para que entre en ella la palabra. Casas derruidas, aldeas asoladas, muertos en los campos de batalla, descuartizados en las trincheras, cadáveres inflados por la putrefacción, ahorcados por ser objetores de conciencia, caras mutiladas, miembros amputados, cuerpos abandonados en el frente, etc. ¿Por qué Friedrich cree necesario que sean vistos todos estos horrores? El filósofo Günther Anders explicó, a mediados de los cincuenta del pasado siglo, que en el ser humano existía una limitación de nuestra capacidad de sentir, y que tal capacidad era necesario ampliarla. Para Friedrich la unión de fotografías y comentarios pueden expandir nuestra posibilidad de comprender la verdadera naturaleza de la Guerra y habilitarnos para actuar contra ella sobreponiéndonos al recubrimiento simbólico que nos impide ver realmente. Su libro, iniciado con un llamamiento a los seres humanos de todos los países, escrito en cuatro idiomas, recuerda que “hasta el día de hoy, el objetivo de todas las guerras es proteger o apoderarse de dinero, propiedades y poder” (p. 56). La austeridad del lenguaje y la concreción de las fotografías producen una eficacia expresiva que, aún en nuestros días, parecen tener fuerza frente a los juegos de las consolas electrónicas, las películas hiperrealistas bélicas y los filmes de guerra realizados con un ingente cantidad de efectos digitales. (CVH)


**hay traducción al castellano en ediciones del caracol, 2004.