martes, 13 de julio de 2021

FUNDAMENTOS PARA DEFINIR UNA POÉTICA SOCIAL

ORÍGENES DE LA ESTÉTICA LITERARIA SOCIAL

Patrick Eiden-Offe.- La poesía de la clase. Anticapitalismo romántico e invención del proletariado. Iruñea-Pamplona, Katakrak Luburuak, 2020, 454 páginas.

Desde hace muchos años no hay apenas investigaciones sobre literatura que aborden cuestiones sobre la novela social, la poesía comprometida o el teatro crítico. Además de la práctica desaparición de las editoriales o colecciones dedicadas a la publicación de estudios de literatura (que no sean, claro está, de las grandes autorías, movimientos identitarios, etc.), lo que hace difícil que se editen trabajos sobre estos asuntos, hace tiempo que la historia de la constitución del proletariado y de la literatura de y sobre el mismo (lo que en este libro se llama la “poesía de la clase”), parecen interesar muy poco. Si tras la crisis de 2008 se tuvo la impresión de que había un nuevo acercamiento a los análisis críticos clásicos del capitalismo y toda la cuestión de la explotación y de la miseria parecían tener un lugar, con el tiempo fue evidente que se trataba de un espejismo. Por eso, la publicación de este excelente ensayo supone un hito, por una parte, y un acontecimiento, por la otra. Es un hito porque supone un punto de ruptura con las construcciones de las historias literarias de los últimos treinta años que habían reducido el corpus de obras y las estéticas, dejando fuera las que no se ajustaban al famoso canon occidental, al mismo tiempo que seguían analizando los textos literarios como espontáneamente surgidos de la creatividad de la autoría. Es un acontecimiento porque tras la lectura de este libro ya no se puede volver atrás, esto es, a los típicos estudios que describían las obras que representaban al proletariado y añadían un cierto contexto, sino que con esta investigación se abre la posibilidad de comprender y explicar cómo fue posible la aparición de otra literatura que desplazó la centralidad del relato burgués, de la poesía del fervor y del teatro popular.

La posición fundamental que determina la organización y articulación de este ensayo es la consideración de la “historia de la literatura como historia social” (p. 47) y, para afirmarlo, el autor parte de un principio motor: “bien sea en forma de poesía o de prosa, la realidad social se manifiesta en el lenguaje y se condensa en conceptos. Las formas lingüísticas de expresión marcan a su vez la realidad social. Dan un sentido al desarrollo histórico o lo desorientan; así, los conceptos han de ser considerados también como poderosos actores históricos” (p. 21). Las páginas de este ensayo se centran, básicamente, en unas décadas del siglo XIX, entre las revoluciones de 1830 y las transformaciones de los años 50, y concluyen que “la tipología de las formas de lucha que pueden extraerse de la novela social del Premarzo implica también, más allá de cómo se las valore en las novelas, un progreso histórico que va desde los rebeldes sociales todavía premodernos (indisciplinados, arcaicos), pasando por los destructores de máquinas, cuya modernidad no era todavía del todo transparente, hasta la clase obrera en lucha, moderna y autoconsciente. Sin embargo, este  (presunto) progreso de las formas de lucha va acompañado de una transformación en las representaciones de la clase: una uniformización y una estandarización del proletariado, que desde mitades del siglo XIX se presenta de forma cada vez más cerrada en la figura del trabajador industrial adulto, varón y blanco” (p. 362), si bien –señala el autor- siempre hay contratendencias.

El ensayo se divide en siete capítulos mediante los que se trata de explicar la aparición de una poética social para la literatura sin, para ello, separar el desarrollo político, económico y social del ideológico-estético. En primer lugar, se analiza las huellas en distintas obras literarias (como la novela El joven ebanista de Ludwig Tieck o diversos textos y poemas de Wilhelm Weitling) de la desaparición de los gremios y los artesanos y la aparición del obrero industrial. Es lo que se llama en el ensayo “la muerte de la casa y la vida de la fábrica” (p. 54). Personajes de novelas que enuncian lo que va a venir, el conjunto de transformaciones que cambiarán sus vidas. En segundo lugar, se estudia el proceso por el que todos esos hombres y mujeres comienzan a identificarse con un “Nosotros”, a través de todo un conjunto de interpelaciones, demandas y deseos de unión que aparecen en revistas y periódicos, escritos breves, poemas, etc., y que van conformando una manera de diferenciación radical de los burgueses (a pesar del lenguaje humanista de estos), estableciendo una dimensión cuantificable mediante las estadísticas y otros datos, que en diferentes derivas buscan una revalorización mediante la adaptación de la palabra ciudadanos o, en otros casos, estableciendo lo que se “debe ser”, una construcción no-identitaria (como refleja la larga cita de Marx de la pág. 33), es decir, inclusiva, multiversal y abierta (p. 42). Es de aquí de donde procede la aparición de una estética de la estadística, podríamos decir, o teatro documento, como magistralmente enseñó Peter Weiss más de cien años después. Así lo refleja el ejemplo de Georg Büchner que en su panfleto ¡Paz a las chozas! ¡Guerra a los palacios! “presenta un verdadero (y literal) <ajuste de cuentas> con <la alta sociedad> y el gobierno. El ajuste de cuentas se basa en datos estadísticos y cifras que el texto aporta en su segunda parte en forma de tabla” (p. 160). Constituido este Nosotros, Eiden-Offe encuentra la clave para entender cómo se instituye la novela social en ese periodo: “la cuestión de la revolución solo se puede formular, tras la Revolución de Julio, en forma de cuestión social, que a su vez [y contra las versiones reformistas de la novela social] ha de ser planteada como cuestión de clase” (p. 171). Se puede decir que el autor establece aquí la secuencia histórica que faltaba enunciar para comprender el arranque de toda una nueva problemática de la literatura.

La cuestión social, en tercer lugar, le lleva a plantear la cuestión de la miseria y el miserabilismo. Son las páginas de los capítulos 4 y 5 las que van más allá de lo que habían llegado otros trabajos. En ellas, Eiden-Offe muestra la conformación de una poética social a través de los cruces entre Marx, Engels, Proudhon, la novela de Ernst Dronke El rico y el pobre, etc. Primeramente porque esta poética choca con los problemas derivados de una poética naturalista o realista como la que desarrolla el autor de El espantapájaros: “en vez de una <representación> que considere la desigualdad social de poder e impotencia, de riqueza y pobreza, como una relación necesaria [en el sistema capitalista], o incluso dicho con más claridad, como conflicto, Beck y los <verdaderos socialistas> solo pueden representar la simple coexistencia en forma de un <por una parte –por otra parte>” (p. 194). En vez de representar las estructuras sociales, se limitan a criticar los aspectos negativos del sistema social. Seguidamente, en esta poética social “narrar se comprende como un concepto opuesto a describir, la narratio como concepto opuesto a la descriptio” (p. 275). Para continuar, dice Eiden-Offe, “lo que Engels reprocha  a la cuestión del <verdadero socialismo> queda claro en su polémica con Beck: el <hombre pobre> del título no puede aparecer en Beck, según Engels, nada más que como <hombre pequeño>. Sin embargo, la representación del poder de los <grandes hombres> -el ciclo comienza con una acusación directa dirigida a <a la casa Rothschild>, hace que el <hombre pequeño> se convierta en más pequeño e impotente. La fijación en el <poder de un gran capitalista> no demuestra nada más que el <desconocimiento de la relación de ese poder con las condiciones existentes>” (p. 194). No acaban aquí los rasgos de esa poética social: señala que las imágenes no deben ser juzgadas con criterios narrativos como la tensión o la coherencia, sino “por la precisión de la representación” (p. 211) o la negativa a representar la miseria social cuando esta se recree en el morbo para que los miserables no se vean una vez más humillados por la representación (p. 189), entre otros más, rasgos  que componen una explicación adecuada y convincente de lo que fue elaborándose con muchísimas dificultades frente a la literatura dominante del realismo burgués. Sin duda, un aspecto esencial es cuando el autor señala la quiebra del discurso de esta poética social cuando triunfa lo moral, es decir, cuando “la moralización de las condiciones dominantes sustituye a su comprensión. Pero donde no existe ninguna comprensión, también faltan los conceptos; y <donde faltan los conceptos>, como sabe el Mefistófeles de Goethe, <allí aparece una palabra en el momento preciso>: al final, en Proudhon solo hay una <simple palabra> y una <forma retórica>; toda la dialéctica degenera en una simple <manera de hablar>” (p. 223-224), algo fácilmente rastreable en muchas de las obras literarias que trataron de pasar por novelas sociales cuando, simplemente, eran novelas morales.

Finalmente, La poesía de la clase concluye con un análisis de las diversas formas de lucha de esta clase ya organizada y movilizada por su liberación, la llamada guerra social, que entronca con todo el conjunto de desarrollos antes mencionados en torno a lo social, pero reevalúa adecuadamente el lugar de los luditas en la historia y reinterpreta su mensaje contra las máquinas.

En necesario señalar el esfuerzo del traductor al tener que enfrentarse a muchas citas literarias que pertenecen a autorías y escrituras muy diferentes, de las que apenas existen traducciones al castellano; y el entusiasmo de la editorial al publicar, en un tiempo hostil como el que vivimos para este tipo de trabajos, un texto que constituye una pieza fundamental en la construcción de una teoría e historia de la literatura social. (CVH).

viernes, 2 de julio de 2021

UNA HISTORIA RETROACTIVA DEL PASADO

PARA UNA HISTORIA COLECTIVA
 
Un hijo del pueblo.- Las jornadas de julio [de 1854], Madrid: Postmetropolis, 2018, 231 páginas 
Lo habitual es encontrar en las librerías, en su sección correspondiente, libros de historia, no documentos para la historia. Sin embargo, hace varias décadas ya, tras la dictadura franquista, era corriente que las editoriales españolas, impulsadas por un intento de conocer realmente la historia y no la doctrina a la que los hechos históricos habían sido obligados a amoldarse, publicaran volúmenes recopilatorios de textos y documentos claves del tiempo que trataban. Esta política editorial parecía encaminada a ofrecer a los lectores la oportunidad de comprender lo acontecido a partir de la lectura directa de los documentos y no solamente del discurso de quien escribiera el libro. Se trataba de poner a disposición del público uno de los elementos fundamentales en la construcción de la historia: la fuente primaria, esto es, aquellos documentos escritos, visuales, testimoniales, etc. que confirman la existencia de un determinado acontecimiento susceptible de ser incorporado al conjunto de materiales con los que, tras un arduo proceso de elaboración, se establece una verdad histórica. Esto es, en parte, lo que constituye el grueso del libro Las jornadas del julio [de 1854]: la crónica de una insurrección popular ocurrida en Madrid el 17 de julio, que convirtió el pronunciamiento militar del 28 de junio, conocido como La Vicalvarada, al que siguió inmediatamente en una revolución. Lo que se recoge en este texto anónimo son los hechos (acciones de asalto, manifestaciones, formas de lucha, respuestas del gobierno, listado de heridos, mapa de los focos insurreccionales, etc.), un intento de explicación de los mismos y una justificación. Su relato comienza con una descripción del estado crítico en el que estaba el país: “Debía al fin amanecer un día en que el pueblo español, condenado al silencio por tanto tiempo, sujeto al despotismo ministerial, reducido a la más ominosa abyección, explotado por el monopolio, insultado por la inmoralidad y el cinismo de sus gobernantes, escandalizado por una corrupción que amenazaba disolverlo todo, ansioso de la posesión de sus derechos y falto de gobierno y de justicia, levantase indignado la frente [y] cayese como una tempestad sobre los que habían provocado su cólera” (p. 7). La otra parte del libro son dos ensayos, un de Pablo Sánchez León y otro de Germán Labrador, que tratan de analizar la importancia de este texto para la comprensión de la formación de una ciudadanía, siempre reflejada en el espejo del 15M. Sánchez León, que subtitula el libro significativamente “una crónica anónima de otro 15M en el pasado ciudadano español”, señala que “este resumen de hechos no puede dejar indiferente a ningún ciudadano del siglo XXI medianamente informado y consciente: las analogías con el contexto español ante la crisis del son marcadas” (p. II). Entre las más importantes similitudes: las dos movilizaciones “marcaron un antes y un después en la configuración política hasta entonces dominante, influyeron en el marco de sus respectivos sistemas de partidos y afectando [sic] a la conciencia política de partes importantes de la población. Esta analogía de fondo es posible debido a que asistimos a acciones desarrolladas por un sujeto genérico común, el ciudadano” (p. III). Naturalmente, Sánchez León enuncia también las diferencias, una de las más notables, que los acontecimientos de 1854 fueron una insurrección armada y el 15M se mantuvo en una manifestación popular pacífica; o que el llamado Círculo de la unión (en las cercanías de la Puerta del Sol), una suerte de ágora ciudadana, acabara por corromperse convirtiéndose en un espacio para la promoción personal, al contrario que las asambleas del 15M (algo que sí se vio poco tiempo después). La propuesta de lectura de Sánchez León, al margen de acuerdos o desacuerdos con la misma, es bien interesante, rica y coherente con un declarado intento de pensar, entre estos dos puntos históricos, por una parte, la significación del término “democracia”, jugada discursiva que requiere de la contextualización histórica y no de ningún sobreentendido; por otra, que “son los ciudadanos, no las leyes ni las normas instituidas, quienes marcan las dinámicas políticas” (p. XXII) y, finalmente, que “lo que legitima la existencia de organizaciones políticas no es el juego de la competencia parlamentaria sino la adecuada relación entre representación del pueblo y participación ciudadana” (p. XXII). Una lectura retroactiva del pasado. (CVH).