EL VERDADERO ROSTRO DE LA
GUERRA
Ernst Friedrich.- ¡Guerra a la Guerra!, Barcelona, Sans
Soleil ediciones, 2018, 298 páginas.
La novela inglesa de 1854, Tiempos
difíciles, comienza con una escena en el colegio de una localidad
industrial en la que los poderosos de la ciudad aplican su principio de formar
a los niños y a las niñas únicamente en
los hechos dado que “solo se puede formar la mente de unos animales raciocinantes
[sic] a partir de los hechos”. Ceñirse a los hechos, reclamaban esos personajes
de Charles Dickens, impulsados por el utilitarismo científico al que, años
después, seguiría la razón instrumental.
Y, sin embargo, hace años que nuestras sociedades viven bajo el régimen de los simulacros, o dicho de manera simple, de
las representaciones que aparentan ser realidad aunque nada tengan que ver
con la misma. Imágenes tomadas en un lugar que se hacen pasar como si se
hubieran realizado en otro; fotografías que dan cuenta de un suceso ocurrido
que, sin embargo, tuvo lugar en otra época y con otros protagonistas;
ilustraciones que pretenden demostrar algo que sencillamente no ha pasado; etc.
Es una práctica común en los medios de comunicación y en las redes sociales. Una
vez que la epistemología ha sido desvirtuada y reducida a algoritmos, el camino
hacia la realidad (más complejo que la
divisa de la fenomenología husserliana “a las cosas”) se ha hecho sumamente
oscuro y enrevesado.
Aunque siempre existió la manipulación
tergiversadora de las imágenes, hace casi ya un siglo, y gracias a la
capacidad de reproducir técnica y masivamente una fotografía –asunto sobre lo
que escribió Walter Benjamin-, algunos vieron en la fotografía un medio de
denuncia, con una gran potencialidad crítica y una capacidad de influencia masiva.
Las obras visuales habían saltado a los periódicos para ilustrar las noticias,
pero algunos vieron en ellas la posibilidad de mostrar una realidad oculta y probar
su veracidad. Así, pues, se trataba de que los hechos fueran conocidos en
todas sus dimensiones, no solamente en su carácter experimental y positivo (de
aprehensión por parte de cualquiera) sino también liberados de su enmascaramiento
simbólico, una especie de procedimiento de desalienación de las ideologías.
Es lo que hizo el pacifista alemán Ernst Friedrich (1894-1967) con
este ¡Guerra a la guerra!, publicado
en 1924, diez años después de iniciada la primera guerra mundial que constituyó
la debacle de los valores humanistas que proclamaba la sociedad occidental. Procedente
de una familia obrera de Breslau, realizó estudios de impresión, trabajó en
fábricas y en el teatro. Se había afiliado en 1911 al SPD (Partido
Socialdemócrata Alemán) pero con el inicio de la contienda bélica se apartó del
partido y participó en las manifestaciones, huelgas y protestas contra la
guerra que se produjeron en toda Alemania. Convertido en objetor de conciencia,
se integró en varios grupos y organizaciones revolucionarias. En 1925 abrió en
Berlín un museo Anti-guerra que, tras sufrir diversos cierres, persecuciones y
atentados, fue de nuevo inaugurado en Bélgica durante su exilio, en 1936*. Había
escrito un libro sobre El jardín de
infancia proletario, en 1921, compuesto por “imágenes, poemas, historias y
cuentos de la cigüeña, del querido Dios, de los sacerdotes, de los demonios, de
los fantasmas, de los soldados, de los reyes y otras tonterías”, en el que
había participado la artista Käthe Kollwitz.
Más allá del carácter documental que tiene esta compilación de alrededor
de cien fotografías realizadas en los campos de batalla de Europa, Friedrich
consideró el libro como un modo de “dibujar adecuadamente esta carnicería
humana” con el que debía quedar registrado “el verdadero rostro de la Guerra,
de forma objetiva y fiel a la naturaleza” (p. 53). Para ello, y a pesar de que
consideraba insuficientes “todas las palabras, de todas las personas, de todos
los países de la tierra” para realizar este retrato terrible, compuso el libro
utilizando varios procedimientos narrativos en los que la palabra funciona
precisamente como dimensión crítica
de la imagen. Así, por ejemplo, coloca en dos páginas dos fotografías contrapuestas: en una vemos a un militar
y un comentario “Papá, como un en territorio enemigo (imagen para
el álbum familiar)” y en la otra un miembro de la cruz roja recogiendo los
restos destrozados de un cuerpo y otro comentario “Cómo fue encontrado Papá dos
días después (imagen no publicada en el álbum familiar)” (pp. 102-103). Este
procedimiento crítico, sin embargo, superaba
la delimitación de los hechos. Del mismo modo se compuso el libro de
fotoepigramas El ABC de la guerra que
realizaron Bertolt Brecht y Ruth Berlau en 1949, libro que acabó publicándose
cinco años después**. Pero, ¿qué es lo crítico
aquí, más allá del dolor y el horror por la muerte, más acá del espanto que
producen estas imágenes? Precisamente lo que Friedrich define como una lucha “por
arrancar esa máscara de los , esa mentira de la
y todas las demás frases hermosas, todo lo que
enmascaraba esta estafa internacional” (p. 54). Todo el libro está hecho para
aplicar a la Guerra su propia lógica destructiva, convirtiendo en escombros, en
trozos sin vida, las razones y justificaciones de la Guerra, los elogios y
proclamas belicistas en nombre de la patria, el honor, la historia. Para ello,
Friedrich sitúa el origen de la guerra en los himnos escolares de combate, en
los juguetes bélicos infantiles y en la fascinación por los adornos militares.
Luego cuenta con imágenes la realidad
del conflicto, del que desaparecen los ideales y las bellezas expresivas. El
procedimiento trata de quebrar la conciencia saturada por el recubrimiento
simbólico haciendo que choquen los elogios de la guerra, los versos a favor de
su esplendor que coloca como citas a algunas fotografías, con la descarnada
realidad del conflicto que estas representas. Herir la sensibilidad para que
entre en ella la palabra. Casas derruidas, aldeas asoladas, muertos en los
campos de batalla, descuartizados en las trincheras, cadáveres inflados por la
putrefacción, ahorcados por ser objetores de conciencia, caras mutiladas,
miembros amputados, cuerpos abandonados en el frente, etc. ¿Por qué Friedrich
cree necesario que sean vistos todos
estos horrores? El filósofo Günther Anders explicó, a mediados de los cincuenta
del pasado siglo, que en el ser humano existía una limitación de nuestra
capacidad de sentir, y que tal capacidad era necesario ampliarla. Para
Friedrich la unión de fotografías y comentarios pueden expandir nuestra posibilidad de comprender la verdadera naturaleza de la Guerra y habilitarnos para actuar contra ella sobreponiéndonos al recubrimiento simbólico que nos impide ver realmente. Su libro, iniciado con un
llamamiento a los seres humanos de todos los países, escrito en cuatro idiomas,
recuerda que “hasta el día de hoy, el objetivo de todas las guerras es proteger
o apoderarse de dinero, propiedades y poder” (p. 56). La austeridad del
lenguaje y la concreción de las fotografías producen una eficacia expresiva
que, aún en nuestros días, parecen tener fuerza frente a los juegos de las
consolas electrónicas, las películas hiperrealistas bélicas y los filmes de
guerra realizados con un ingente cantidad de efectos digitales. (CVH)
* Hoy está abierto en Berlín: http://www.anti-kriegs-museum.de/spanisch/start.html
**hay traducción al castellano en ediciones del caracol, 2004.
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