viernes, 2 de julio de 2021

UNA HISTORIA RETROACTIVA DEL PASADO

PARA UNA HISTORIA COLECTIVA
 
Un hijo del pueblo.- Las jornadas de julio [de 1854], Madrid: Postmetropolis, 2018, 231 páginas 
Lo habitual es encontrar en las librerías, en su sección correspondiente, libros de historia, no documentos para la historia. Sin embargo, hace varias décadas ya, tras la dictadura franquista, era corriente que las editoriales españolas, impulsadas por un intento de conocer realmente la historia y no la doctrina a la que los hechos históricos habían sido obligados a amoldarse, publicaran volúmenes recopilatorios de textos y documentos claves del tiempo que trataban. Esta política editorial parecía encaminada a ofrecer a los lectores la oportunidad de comprender lo acontecido a partir de la lectura directa de los documentos y no solamente del discurso de quien escribiera el libro. Se trataba de poner a disposición del público uno de los elementos fundamentales en la construcción de la historia: la fuente primaria, esto es, aquellos documentos escritos, visuales, testimoniales, etc. que confirman la existencia de un determinado acontecimiento susceptible de ser incorporado al conjunto de materiales con los que, tras un arduo proceso de elaboración, se establece una verdad histórica. Esto es, en parte, lo que constituye el grueso del libro Las jornadas del julio [de 1854]: la crónica de una insurrección popular ocurrida en Madrid el 17 de julio, que convirtió el pronunciamiento militar del 28 de junio, conocido como La Vicalvarada, al que siguió inmediatamente en una revolución. Lo que se recoge en este texto anónimo son los hechos (acciones de asalto, manifestaciones, formas de lucha, respuestas del gobierno, listado de heridos, mapa de los focos insurreccionales, etc.), un intento de explicación de los mismos y una justificación. Su relato comienza con una descripción del estado crítico en el que estaba el país: “Debía al fin amanecer un día en que el pueblo español, condenado al silencio por tanto tiempo, sujeto al despotismo ministerial, reducido a la más ominosa abyección, explotado por el monopolio, insultado por la inmoralidad y el cinismo de sus gobernantes, escandalizado por una corrupción que amenazaba disolverlo todo, ansioso de la posesión de sus derechos y falto de gobierno y de justicia, levantase indignado la frente [y] cayese como una tempestad sobre los que habían provocado su cólera” (p. 7). La otra parte del libro son dos ensayos, un de Pablo Sánchez León y otro de Germán Labrador, que tratan de analizar la importancia de este texto para la comprensión de la formación de una ciudadanía, siempre reflejada en el espejo del 15M. Sánchez León, que subtitula el libro significativamente “una crónica anónima de otro 15M en el pasado ciudadano español”, señala que “este resumen de hechos no puede dejar indiferente a ningún ciudadano del siglo XXI medianamente informado y consciente: las analogías con el contexto español ante la crisis del son marcadas” (p. II). Entre las más importantes similitudes: las dos movilizaciones “marcaron un antes y un después en la configuración política hasta entonces dominante, influyeron en el marco de sus respectivos sistemas de partidos y afectando [sic] a la conciencia política de partes importantes de la población. Esta analogía de fondo es posible debido a que asistimos a acciones desarrolladas por un sujeto genérico común, el ciudadano” (p. III). Naturalmente, Sánchez León enuncia también las diferencias, una de las más notables, que los acontecimientos de 1854 fueron una insurrección armada y el 15M se mantuvo en una manifestación popular pacífica; o que el llamado Círculo de la unión (en las cercanías de la Puerta del Sol), una suerte de ágora ciudadana, acabara por corromperse convirtiéndose en un espacio para la promoción personal, al contrario que las asambleas del 15M (algo que sí se vio poco tiempo después). La propuesta de lectura de Sánchez León, al margen de acuerdos o desacuerdos con la misma, es bien interesante, rica y coherente con un declarado intento de pensar, entre estos dos puntos históricos, por una parte, la significación del término “democracia”, jugada discursiva que requiere de la contextualización histórica y no de ningún sobreentendido; por otra, que “son los ciudadanos, no las leyes ni las normas instituidas, quienes marcan las dinámicas políticas” (p. XXII) y, finalmente, que “lo que legitima la existencia de organizaciones políticas no es el juego de la competencia parlamentaria sino la adecuada relación entre representación del pueblo y participación ciudadana” (p. XXII). Una lectura retroactiva del pasado. (CVH).

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