Roberto Angulo.- El gayo vallecano (1978-1984), Madrid, A. C. Agita Vallecas, 2019, 308 páginas.
Para construir una historia cultural es necesario, en primer lugar,
acumular toda una serie de documentos, de distintas índole (testimonios,
programas, manifiestos, artículos de prensa, etc.), que permitan delimitar y
articular el campo de lo acontecido.
De hecho, lo que sigue a este proceso es un trabajo de elaboración de una
narración -coherente y justificada- que enmarca lo que antes eran solamente elementos
sin conexión, independientes. La tarea de historizar
es, precisamente, decir que algo pasó y cómo –y en qué condiciones- pasó. La
primera operación es la que realiza el libro de Roberto Angulo para dar cuenta
del proyecto cultural que funcionó en el barrio madrileño de Vallecas entre
1978 y 1984 denominado El gayo vallecano, sala de teatro –principalmente- pero
también de conciertos y talleres. Un espacio de actividades, en ausencia de
edificios municipales o privados dedicados a ello, cuyo nombre se completaba
con el de Centro Cultural Ciudadano Fuenteovejuna.
El libro de Angulo recopila un número importante de datos sobre esta
sala para contar las seis temporadas que estuvo abierta. Desde lo más
relevante, la programación que hizo de teatro de adultos e infantil (con obras
fundamentales del teatro español como Herramientas
de Salvador Távora, Ligazón de
Valle-Inclán, o Ahola no es de leil
de Alfonso Sastre; e internacional, como El
preceptor de Lenz o Arlequín,
servidor de dos amos de Goldoni) hasta los talleres de formación actoral,
voz, cerámica, instrumentos musicales, etc., pasando por la gestión de muestras
teatrales (de barrios, de las nacionalidades, etc.) y encuentros (juvenil de
teatro clásico). El gayo vallecano sirvió, también, como plataforma
reivindicativa y como espacio para la organización de eventos solidarios (como
el acto en apoyo por los damnificados por el aceite de colza). Cuenta el libro
con numerosos artículos y fragmentos de artículos publicados en la prensa de la
época y en la propia revista de la sala. Todo este material está organizado
cronológicamente con lo que se define una secuencia que siempre esta precedida
por unas breves líneas sobre el contexto histórico. Este relato transparente, sin embargo, no pasa de ser ese trabajo de
documentación inicial que se necesita para cualquier intento de explicar los
procesos culturales. Quedan fuera del libro algunos aspectos fundamentales de
la historia de El gayo vallecano, y que afectan a cualquier intento de explicación de lo sucedido en España
durante la transición: en primer lugar, comprender las disonancias –que se
esbozan en algunas líneas- y las contradicciones entre lo que fue claramente un
intento de inscribir en lo popular una
cultura ciudadana, es decir, una politización del pueblo orientada a la
formación de individuos con plenos derechos y responsabilidades en la
organización de la sociedad, que choca con la imposibilidad del barrio de
mantener el proyecto. Se cita, en este sentido, un texto de Fermín Cabal en el
que se afirma “no se nos ocultan los problemas que puedan derivarse de nuestra
escasa implantación en el barrio. Valga como ejemplo la mermada asistencia a la
Asamblea General de socios” (p. 69).
En segundo lugar, falta una reflexión
sobre el lugar que tal proceso de trabajo cultural tuvo en una España que
atropelladamente, y sin demasiadas delimitaciones, se entregaba a la
posmodernidad y a las culturas del simulacro. En tercer lugar, y más allá de
las declaraciones de los propios fundadores de El gayo vallecano, se necesita
saber si aquello sobre lo que se fundamentaba todo el proyecto estaba
cohesionado o eran sencillamente agregaciones voluntaristas. Esto es, lo que
propiamente significa hacer historia. Así, pues, el libro de Angulo nos da
ordenadamente un conjunto de datos pero no los articula, cree que la simple
exposición de los mismos explica algo.
A pesar de lo cual, lo que hace este libro es mostrar otras tendencias
que conformaron también la historia del teatro, distintas a los grandes teatros
nacionales, municipales y a los grandes teatros privados, y a sus públicos. Y
diferente a las grandes publicaciones que los acompañan. Nos falta una historia
cultural. (CVH).
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