jueves, 30 de diciembre de 2021

HISTORIZAR EL DISCURSO FEMINISTA COMO REPRESENTACIÓN SOCIAL

PARA UNA NUEVA INDAGACIÓN

Martha Palacio.- Gloria Anzaldúa: poscolonialidad y feminismo, Barcelona, Gedisa, 141 páginas.

Después de más de un siglo de construcción del discurso feminista, este ha llegado, en los comienzos del siglo XXI, a una disyuntiva inapelable: o bien rechaza los esencialismos (sexismos e identidades, entre otros) que reproducen los discursos del poder y que han contaminado, hoy por hoy, el dominio de sus luchas; o bien toma el camino de historizar, es decir, comprender que son las estructuras sociales y las dinámicas conflictivas en que se articulan, en diferentes periodos históricos, donde pueden haber una confrontación con lo real y la posibilidad de un verdadero contrapoder. Identidades frente a condiciones históricas. El feminismo no es el único que se ha enfrentado a este verdadero dilema moral, intelectual y epistemológico (una teoría del conocimiento): el discurso socialista del siglo XIX (en el que podemos incluir las tendencias ideológicas comunistas, anarquistas y socialistas) también tuvo que decidir cuando el proyecto emancipador comenzó por buscar la esencia e identidad proletarias, segregó y ejerció la represión a los llamados disidentes; También es el turno hoy del discurso poscolonial, que, entre otras cosas, pretende rehabilitar el pensamiento indígena ignorando todas las estructuras de poder, mitologías y desigualdades sociales que este produjo.

Es por eso importante atender a la obra de Gloria Anzaldúa (1942-2004), escritora chicana, que escribió desde “la herida colonial” que deja “un tejido de hebras dispares, registros estilísticos que se mezclan, una voz que se multiplica en diferentes rostros, historias superpuestas, narraciones alegóricas” (p. 39). Esta herida produce un “desdoblamiento de la conciencia (…) moldea los cuerpos y los sitúa en espacios diferenciados que determinan opciones de movernos en y a través de ellos” (p. 46). Que compuso su obra desde la “frontera”, esto es, “una membrana porosa a través de la que se cuelan mercancías, personas, significados” (pp. 49-50) territorio vigilado, “territorio en disputa que ha devenido un conflicto social permanente: separar poblaciones, desconocer la pertenencia social de sus habitantes, instalar la desigualdad por motivos de raza, encarnar el conflicto en la piel y asentarlo en la división social del trabajo” (p. 50). Que elaboró sus textos mediante una lengua sumida “en la dualidad del territorio (…) el lugar desde el que hablo, desde la contingencia de una frontera, este es el locus [lugar] de la enunciación que revela la asimetría en el acceso a los medios de interpretación y comunicación” (p. 54).

Hace cinco años se había reeditado su gran obra, Borderlands/La frontera (Madrid, Capitán Swing), publicada inicialmente en 1987. Algunos datos de su biografía y una bibliografía suficiente franquean este libro que ensaya comprender, antes que explicar, la escritura de Anzaldúa; que prefiere mostrar antes que interpretar, para lo cual utiliza una estrategia bien interesante, desplazando el discurso académico al mero refrendo de algunas de las tesis más importantes: ser una voz que adopta los tonos, tensiones y matices de las voces de Anzaldúa, así como de otras voces que viven en esa radical historicidad de la frontera, entre dos culturas radicalmente distintas, tramadas por distintos discursos de poder, e incomprensible si se limita uno a reducirlo al patriarcado como génesis de todo.

No es tarea fácil, pero su opción ayuda a introducir un pensamiento que tiene la densidad de lo experimentado en forma de acontecimientos y de rupturas: “cavar hoyos en las creencias y asunciones que el yo/los otros/las comunidades tenemos acerca de la realidad” (p. 100). Por eso la pregunta de la autora es pertinente: “¿qué hacer entonces con ese cuerpo no blanco femenino que no puede habitar más que le espacio de la negatividad? Y su respuesta, parafraseando a Aníbal Quijano y M. Lugones resulta fundamental para entender la obra de Anzaldúa: “aquí comienza la reacción, la afirmación de lo que es negado. Aquí se inicia el camino de la comprensión con el ánimo de establecer el modo en que la desposesión de mi cuerpo, de la tierra, de la lengua están tejidas con la categoría de raza: matriz de la relación social que estatuye la colonialidad del poder y del género” (p. 85). Al comienzo de “El secreto terrible y la rajadura”, en Borderlands/ La frontera Anzaldúa escribe un impresionante y terrible poema que comienza: “Ella tiene ese miedo    que no tiene nombres    que tiene muchos nombres    que no sabe sus nombres” (p. 91). Inicio de una indagación, comienzo de una nueva escritura. (CVH).    

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